En la búsqueda de este espacio-tiempo para ponerle pausa a mi vida, me gusta ir por momentos a mi refugio: a veces lo encuentro dentro de las suaves cobijas, o debajo de las gotas de la regadera, a veces en el asiento del piloto de mi coche recién estacionado, otras veces cubierta por un manto de estrellas y frío césped, y otras tantas solo mi cocina, yo y una copa de vino tinto. Pero lo que hace que ese lugar se convierta en mi refugio, por lo menos unos minutos, es que es un lugar en el que, inundada de silencio, puedo escuchar el latido de mi propio corazón. Es dónde puedo encontrar mis miedos, mis deseos, dejar fluir emociones y sentir la magia de esas revelaciones que llegan como estrellas fugaces a darle un sentido al entretejido mental que a veces suelo confeccionar con los hilos de mis pensamientos.
He aprendido a poner especial atención a todo lo que prende esa llamita en mi interior. Con la certeza de que existe esta sabiduría interna que actúa desde una dimensión abstracta y objetiva, y se conecta con mi "infinitamente pequeña existencia" y me da permiso de percibir de manera diferente lo que he vivido. Detenerme por minutos para observarme...
Esta mirada interior es tan compasiva como exigente. Como si siempre hubiera un nuevo matiz por explorar, otro: "y si...?" ante el mismo evento, abriendo una posibilidad, una respuesta que muchas veces pone un pétalo demás a la margarita negativa.
Si he aprendido algo, es que estos momentos son los que me reconectan conscientemente con la vida y conmigo misma.
Y cada vez que veo ese espacio, esa oportunidad, la vivo, la siento, la nutro...porque yo misma soy otra después de vivirlos. Me convierto en una persona más consciente, con el rompecabezas más completo y quizá si... Con nuevas cuestiones que esperan pacientes la presencia de la próxima oportunidad para encontrarme de nuevo con esa llamita interna para ser respondidas.
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