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Vincent Van Gogh, descodificando al ser humano.

“Yo siento en mí un fuego que no puedo dejar extinguir, que, al contrario, debo atizar, aunque no sepa hacia qué salida esto va a conducirme. No me asombraría de que esta salida fuese sombría. Pero en ciertas situaciones vale más ser vencido que vencedor, por ejemplo, más bien Prometeo que Júpiter.”
Vincent Van Gogh, Cartas a Théo.

Siempre he sido una apasionada amateur del arte, pero un poco más de la pintura, sin que me haya sido inculcado desde pequeña, ni en la familia, ni en el medio académico donde me desenvolvía, dónde siempre fue mejor visto que brillara en matemáticas o química. Aunque recuerdo que mi mamá de vez en cuando nos llevaba ”de pinta” a algún museo cuando éramos pequeñas.


Siempre he admirado la capacidad creativa que tiene cada persona para expresar, a través del arte, lo que habita dentro de su piel (historias, pensamientos, emociones, contrariedades, belleza etc.).


Y es un reto para mí cuando observo: no etiquetar, ni enjuiciar, ser sólo un espectadora y agradecer que mis sentidos me permiten adentrarme un poco en la mente y el corazón del artista, en un intento de conectar con el/ella. Es por eso que encuentro muy valiosos y preciados estos espacios que me permiten generar esta conexión que traspasa tiempos, épocas y fronteras.


Recientemente fui a la exposición de Van Gogh “The Immersive experience” Y como bien intuía, no iba a ser la excepción de mi habitual manía de detenerme media hora en cada cuadro, hasta sentir que mi curiosidad introspectiva se saciaba, aún cuando mis acompañantes siempre suelen llevar más prisa.



La creatividad y digitalización del arte de Van Gogh ayuda a sumergirse en las sensaciones, a través del movimiento, de los colores y de su arte que permiten al espectador comprender y conectar un poco con todo eso que habitaba en su mente brillante y depresiva, en su manera de ver la vida, la naturaleza y su búsqueda constante para sobrellevar su gran sufrimiento.


Te comparto no solo lo que pude entender desde mi mirada personal, sino como una profesional de la descodificación biológica y una apasionada por comprender nuestra mente y comportamientos humanos. Con el objetivo de enfatizar la importancia de la salud mental, el valor de reconocer nuestras emociones, de expresarlas y sobre todo, que éstas sean tratadas adecuadamente y solucionadas.


Como muchos artistas famosos, resulta paradójico que siendo Van Gogh, el pintor más influyente del siglo XX , en su vida apenas logró vender algunos lienzos y esto a un precio bajísimo. Incluso llegó a cambiar por algunos centavos paquetes de sus telas que luego se vendían como lienzos para repintar.


Vivió su vida en la precariedad, locura, depresión y miseria, encontrando en la pintura un escape de reconciliación con la vida , y en el apoyo financiero y cariño de su hermano Theo (a quien le escribió más de 650 cartas) un vínculo que le permitió mantenerse con vida hasta el día de su fatídico desenlace, cuándo su depresión y sobredosis de tristeza pudieron más que su conciencia llevándolo al suicidio.


El otro Vincent muerto.


Pero aún su fama póstuma es apenas el final agridulce que corona una existencia plagada de tormento, dolor y soledad.

Y es que hay cargas que traspasan nuestra historia y en su caso vienen desde antes de su nacimiento, como una losa pesada que hay que cargar sin saber su origen y solo se intenta huir de ella.


Muy pocos saben esto, pero justo un año antes del nacimiento del genial pintor , su madre dio a luz a un niño que nació muerto el 30 de Marzo de 1852, y al que pusieron el nombre de Vincent.

Y aunque en esa época los niños nacidos muertos, pese al dolor que suponía a cualquier madre, no eran socialmente objeto de duelo (más bien al contrario, se pasaba de puntillas y se soslayaba el hecho), en ese momento en la burguesía se instaló un cambio radical, de modo que Anna, la madre del pintor, hizo instalar en el pequeño cementerio protestante, junto a la iglesia, en la tumba de su hijo una gran lápida con la inscripción de «Dejad que los niños se acerquen a mí», el año, 1852 y el nombre: Vincent Van Gogh.


Al año siguiente, el 30 de Marzo de 1853 nació otro niño al que pusieron el nombre del hermano muerto: Vincent.

Por tradición, los niños debían heredar los nombres de los abuelos y Anna, su madre, sometida a las normas más estrictas durante toda su vida, lo dio por hecho: su nuevo hijo debía llamarse Vincent Willem. Cuentan varios biógrafos que durante años, Vincent, para ir al colegio, tenía que pasar por delante del cementerio y ver la tumba con su nombre: Vincent Van Gogh. Supongo que debió haber sido algo tremendo para un niño, cada día conectar con el dolor no trascendido de su madre ante esta pérdida. Cargaba el sentido de una vida que no era suya y un proyecto inconsciente de su madre y padre de ser el sustituto de un nacido muerto, intentando compensar este gran dolor y duelo buscando sobresalir como pudiese para poder tener una identidad propia y reconocimiento para sentir que tenía su propio lugar en la familia.


¡Qué difícil cargar con una sombra desde que naces y llevarla toda la vida! ¡Qué difícil ver una tumba cada día que lleva tu nombre y no saber si estás vivo o muerto en vida!

En su presunta locura llegó a imaginar que en la tumba bien podían haber cabido los dos. El tenía prohibido existir…

Aunado al inicio complicado de su historia, le continuó las dificultades de la persecución tardía de su vocación artística, la tensión entre la miseria y él mismo por seguir su vocación, vivir de la caridad de su hermano menor Théo, el fracaso y la falta de público y reconocimiento, las fuerzas creativas y el genio que a pesar de todo no se pueden acallar, a pesar de la frustración, la alienación y la locura, para terminar de completar los grandes aprendizajes que le traería la vida.

“La locura”, esa que tanto se le juzgaba, es un rasgo imprescindible de los hombres genio, con trágicos destinos o la cuota injusta que hay que pagar por percibir, sentir y expresarse de forma distinta al común de la gente ‒quién sabe si más elevada o superior‒, por sobresalir.

Uno de los episodios más famosos de locura de Vincent es la famosa oreja cortada. De dicho suceso se cuenta que la tensión entre Vincent y el también pintor Gauguin, quien de hecho había llegado al taller de Van Gogh para formar parte de su utópica comunidad de artistas, se elevó de tal forma que ambos pintores entraron en combate alguna noche de diciembre de 1888 en una taberna. Vincent se fue encima de Gauguin con una navaja pero la coerción a abandonar sus intenciones, y la afectación por lo sucedido fueron tales que el pintor arremetió contra su propia oreja; también está la versión que señala que la automutilación fue un arrebato de locura amorosa o febril, ya que Vincent, según reportes oficiales, entregó su oreja cómo tributo y sacrificio a una de las chicas del burdel que frecuentaba, Una prostituta llamada Rachel.


Sea como fuere, este y otros episodios de extravío le merecieron el señalamiento de enfermo mental en vida, de hecho, estuvo internado en un psiquiátrico (se dice que su famoso cuadro “La noche estrellada” plasma la vista desde su habitación en ese asilo psiquiátrico de Saint-Paul-de-Mausole en Arlés). Durante sus últimos días era tratado personalmente por el médico Paul Gachet.


Presa de constantes delirios, ataques de ansiedad y una profunda depresión, el desolado Vincent van Gogh se disparó en el pecho, era 29 de julio de 1890 en un campo de trigo de Auverssur-Oise, a la joven edad de 37 años y con una prolija obra de más de 850 cuadros. Vincent terminó con su vida por no hallar otro fin para su miseria.

El caso Van Gogh, una etiqueta que pretende englobar la particular psicología del pintor dentro de un cuadro clínico que lleva aparejadas palabras como psicosis y esquizofrenia, ha sido del interés tanto de psiquiatras, psicólogos e historiadores del arte.


Hoy en día no hay un acuerdo sobre el o los padecimientos que aquejaban a aquel genio, pero los estudiosos se remiten a su obra y a la correspondencia que mantuvo con su hermano Théo, único

vìnculo y benefactor, para hallar nuevas pistas o señales de su estado mental, así como para echar luz sobre la relación entre su arte y la locura.


El psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers, por ejemplo, identificó dos momentos clave en la vida de Van Gogh, el primero datado en 1885 con el inicio de la psicosis y el segundo, de 1888, con la caída en picada a causa de este trastorno mental. Frente al hecho de que también se trata del periodo de ebullición artística más original del pintor, especialmente hacia 1888 cuando descubre el color y la luz tan característicos de obras como La noche estrellada, Jaspers niega que haya una relación de causalidad entre la locura y la expresión artística, señala que la esquizofrenia no es en sí misma creadora, que en todo caso sólo podría detonar y exacerbar algo que estaba ahí desde antes, como el talento, la sensibilidad y el propio ímpetu; con todo, se inclina más a afirmar que hay una correlación entre la evolución del estilo del artista y el desarrollo de su psicosis.


Entre tanto análisis profesional en el estudio de su arte y la locura, es imposible establecer una correlación entre la evolución artística de Vincent y el desarrollo de su locura. Creo que por el contrario el tiempo que dedicó a su obra fue un tiempo que logró arrebatarle el poder a la enfermedad, el tiempo en que pudo dedicarse felizmente a lo que amaba sobre todas las cosas: su arte.

Qué importancia poder mantener el gozo y hacer lo que amamos por sobre todas las cosas, una comprobación más que esto alivia nuestra mente y nuestro corazón.


Si esto es así la obra de Van Gogh para mí representa no sólo una expresión maravillosa, sino una victoria momentánea sobre su locura, a la que se entregó finalmente, pero dejando el testimonio de su espíritu revolucionario y creador.


Desde un lugar distinto, mucho más cercano al artista, el poeta Antonin Artaud escribió Van Gogh, el suicidado por la sociedad en donde, en primer término, critica y mina la idea misma del enfermo mental, del alienado; este etiquetado tiene más que ver con las personalidades que son intolerables para la sociedad por cuanto ponen en entredicho sus valores y verdades, y a quienes antes que dejar

ser y enfrentar, es mejor catalogar como enfermos, encerrarlos y hacerlos curar.


Artaud es enfático en este punto: nadie se suicida solo y en el caso de Van Gogh, en el momento de su desenlace fatal, lo acompañaba toda una sociedad que no soportaba su genio y su visión artística del mundo porque eran genuinamente revolucionarios, no sólo en el terreno del arte y de la pintura, sino en términos de la sensibilidad a que estaba acostumbrada esa sociedad y que, encarnada en el médico Gachet, lo convenció de su locura e inestabilidad, así como en su hermano, que preocupado por la salud de Vincent pagaba los servicios del psiquiatra. Qué importancia puede dar el valor de un mal diagnóstico, y la opinión del otro cuando le damos la autoridad de hacerlo, Y sobre todo el tratamiento que más que ayudarlo lo condenaba al mismo sufrimiento del que venía huyendo desde siempre en su mente.


Podríamos decir que lo que lo lleva a matarse fueron también las palabras, y etiquetas implantadas en

sus adentros desde el exterior con palabras y juicios que reflejan más bien la ignorancia e comprensión de su genio, de su visión y su particular fuerza creadora, y sobretodo la imposibilidad de tener una atención Mental y emocionalmente adecuada sobre las emociones de frustración, desvalorización, soledad y abandono que esta situación le trajo durante toda su vida.


Su última pintura, Trigal con cuervos, es el gesto de una despedida, el movimiento de los trigales y el cielo azul hechos de pintura, los cuervos que alzan el vuelo hacia el horizonte en esta escena que tiene vida propia a través de las pinceladas, una vida que se activa con la mirada del espectador pero ese lienzo carga más que la pintura…. carga un secreto que llevaba consigo su creador el día de su suicidio.


Mi invitación es a reflexionar como individuos y como sociedad, no sólo sobre el cuidado y validación de nuestras emociones, la aceptación de nuestras diferencias de circunstancias y capacidades, sino sobre todo en la posibilidad que deberíamos de tener todos (ya estas alturas) de poder tener acceso a un adecuado diagnóstico, tratamiento y solución a nuestros conflictos emocionales o mentales. Existen más y mejores herramientas para lograrlo, nuestro deber es acercarnos a ellas cuando las necesitamos, al menos de compartirlas con quienes sabemos que las puedan necesitar , y encontrar que hay otras soluciones a los conflictos internos para poder vivir la vida que merecemos ,en nuestra plenitud de facultades y sobretodo compartiendo nuestro "arte" y las maravillas que cada ser humano lleva dentro y merece compartir con el resto del mundo .




Leslie Villatoro

Terapeuta y Biodescodificadora.

Consultas Presenciales y On line.

+52 442 426 6785

leslieterapiaholistica@gmail.com



 




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